Quiero que me cuides un rato
Lo de Pepe es para verlo. Tiene año y medio, anda ligero igual que un pato, se muestra serio como un ministro bajito mientras se lleva a la boca todo lo que pilla y se abraza amorosamente a su madre de acogida, en la que se refugia cada vez que se aburre o se cansa. Lleva en casa de Susana García apenas dos meses y en ese tiempo ha dejado de ser el bebé triste y enfadado con el mundo que era cuando llegó. Ahora ya no da mandobles a diestro y siniestro y tampoco se mueve mecánicamente para comer o para que le cambien los pañales. Su transformación ha sido espectacular.
Lo cuenta Susana y lo corroboran Marta Tovar y Noemí Pérez, coordinadora y psicóloga, respectivamente, del Programa de Acogimiento Familiar, que desarrolla la Junta en colaboración con Cruz Roja. Ambas destacan, además, que la pasta de la que están hechas las familias de acogida es diferente y rezuma solidaridad, aunque las susodichas lo vean como lo más normal del mundo. A Susana, que tiene dos hijas biológicas de 7 y 9 años, le parece que ocuparse, además, de Pepe y de su hermana María, que tiene tres años, es hacer las cosas como se debe. Así que, de ser cuatro, han pasado, de golpe, a ser seis. Y tan felices. «Todos los niños necesitan una oportunidad y no tienen la culpa de los errores de los adultos», asegura.
El caso de Maribel Otuña y Juan Luis Vilches puede chocar aún más. Porque es que, entre los dos, suman cinco hijos biológicos y tienen en acogimiento a Jorge, de 8 años, y a Marcos, de 5 años y con una discapacidad. Esta pareja no le da más vueltas a su gesto de altruismo porque aseguran que si ellos, en alguna ocasión, no pudieran ocuparse de su prole preferirían que estuvieran en el calor de una familia que en la frialdad de un centro. «Hay que ponerse en el lugar de los demás y pensar que nunca vas a saber por dónde va a ir tu vida», asegura Juan Luis.
La de ellos, de momento, es un caos bien organizado. La intendencia está correctamente engrasada y todo el mundo sabe qué es lo que tiene que hacer y a clases de qué tiene que acudir cada día.
No es la primera vez que Maribel y Juan Luis tienen niños en acogida. Por su casa han pasado bebés rumbo a la adopción o criaturas cuyas madres no podían atenderlas en un momento puntual. Y aunque el día de la despedida es tremendamente duro -«cuando se van empiezo a llorar y no sé cuándo voy a parar, dice Maribel- tienen clarísimo que esos niños no son suyos y que su estancia en la casa es temporal en tanto se solucionan los problemas que les han separado de sus familias. Ésa, dicen, es la clave de que el acogimiento vaya sobre ruedas.
Porque no estamos hablando de adopción. Marta Tovar explica que son medidas diferentes de protección a los menores. «El objetivo fundamental del acogimiento es asegurar el desarrollo del niño en el seno de una familia cuando es imposible o inadecuado que permanezca temporalmente en la suya», recuerda. Es importante, pues, que las familias tengan presente que la formalización de un acogimiento no determina la creación de derechos o expectativas sobre el menor y que durante ese tiempo se mantienen los vínculos y visitas con la familia biológica. En cambio, la adopción dota de un hogar definitivo a los menores y supone la ruptura de los vínculos paterno-filiales.
En cualquier caso, hay que tratarles como a los hijos biológicos, ponerles límites y olvidarse, como apunta Marta Tovar del «síndrome del pobrecito» que no es otra cosa que recordar las circunstancias que le han llevado a esa situación para pasar por alto cualquier tipo de rabieta o rebelión: «’Pobrecito, con lo que ha pasado cómo le voy a castigar’, dicen algunas madres o padres y lo que tenemos que tener claro es que sobreproteger es también desproteger».
El acogimiento no es bueno solo para los niños que encuentran un hogar en el que vivir sino para aquellos que ven como a su casa llega una criatura para pasar una temporada. Tanto los hijos de Juan Luis y Maribel como los de Susana están encantados de tener estos ‘hermanos’ a tiempo parcial y cuando se marcha uno enseguida preguntan que cuando llegará otro. Es una forma de saber qué hay otras realidades y de que la familia es ese lugar en el que a uno le cuidan y le quieren, independientemente de por quién esté formado. Y es que los acogimientos crean otros tipos de lo que ha dado en llamar ‘nuevas familias’.
Así que si alguien está dispuesto a tener a una criatura en su casa durante un tiempo (en Burgos ahora hay 4 críos en espera, de entre 10 y 16 años, pero la cifra suele variar y el hecho de estar inscrito en el programa no significa que vayan a llamar de inmediato) solo tiene que ponerse en contacto con el teléfono 902106060 o acudir a la Asamblea Provincial de Cruz Roja o a la Gerencia de Servicios Sociales. Puede ser acogedor cualquier persona o núcleo familiar que, simplemente, «se sienta con ganas e ilusión de hacer un sitio en su hogar a uno o varios niños». Cualquier edad, sexo, estado civil y posición socioeconómica pueden ser adecuados para atender a sus necesidades.
Lo cuenta Susana y lo corroboran Marta Tovar y Noemí Pérez, coordinadora y psicóloga, respectivamente, del Programa de Acogimiento Familiar, que desarrolla la Junta en colaboración con Cruz Roja. Ambas destacan, además, que la pasta de la que están hechas las familias de acogida es diferente y rezuma solidaridad, aunque las susodichas lo vean como lo más normal del mundo. A Susana, que tiene dos hijas biológicas de 7 y 9 años, le parece que ocuparse, además, de Pepe y de su hermana María, que tiene tres años, es hacer las cosas como se debe. Así que, de ser cuatro, han pasado, de golpe, a ser seis. Y tan felices. «Todos los niños necesitan una oportunidad y no tienen la culpa de los errores de los adultos», asegura.
El caso de Maribel Otuña y Juan Luis Vilches puede chocar aún más. Porque es que, entre los dos, suman cinco hijos biológicos y tienen en acogimiento a Jorge, de 8 años, y a Marcos, de 5 años y con una discapacidad. Esta pareja no le da más vueltas a su gesto de altruismo porque aseguran que si ellos, en alguna ocasión, no pudieran ocuparse de su prole preferirían que estuvieran en el calor de una familia que en la frialdad de un centro. «Hay que ponerse en el lugar de los demás y pensar que nunca vas a saber por dónde va a ir tu vida», asegura Juan Luis.
La de ellos, de momento, es un caos bien organizado. La intendencia está correctamente engrasada y todo el mundo sabe qué es lo que tiene que hacer y a clases de qué tiene que acudir cada día.
No es la primera vez que Maribel y Juan Luis tienen niños en acogida. Por su casa han pasado bebés rumbo a la adopción o criaturas cuyas madres no podían atenderlas en un momento puntual. Y aunque el día de la despedida es tremendamente duro -«cuando se van empiezo a llorar y no sé cuándo voy a parar, dice Maribel- tienen clarísimo que esos niños no son suyos y que su estancia en la casa es temporal en tanto se solucionan los problemas que les han separado de sus familias. Ésa, dicen, es la clave de que el acogimiento vaya sobre ruedas.
Porque no estamos hablando de adopción. Marta Tovar explica que son medidas diferentes de protección a los menores. «El objetivo fundamental del acogimiento es asegurar el desarrollo del niño en el seno de una familia cuando es imposible o inadecuado que permanezca temporalmente en la suya», recuerda. Es importante, pues, que las familias tengan presente que la formalización de un acogimiento no determina la creación de derechos o expectativas sobre el menor y que durante ese tiempo se mantienen los vínculos y visitas con la familia biológica. En cambio, la adopción dota de un hogar definitivo a los menores y supone la ruptura de los vínculos paterno-filiales.
En cualquier caso, hay que tratarles como a los hijos biológicos, ponerles límites y olvidarse, como apunta Marta Tovar del «síndrome del pobrecito» que no es otra cosa que recordar las circunstancias que le han llevado a esa situación para pasar por alto cualquier tipo de rabieta o rebelión: «’Pobrecito, con lo que ha pasado cómo le voy a castigar’, dicen algunas madres o padres y lo que tenemos que tener claro es que sobreproteger es también desproteger».
El acogimiento no es bueno solo para los niños que encuentran un hogar en el que vivir sino para aquellos que ven como a su casa llega una criatura para pasar una temporada. Tanto los hijos de Juan Luis y Maribel como los de Susana están encantados de tener estos ‘hermanos’ a tiempo parcial y cuando se marcha uno enseguida preguntan que cuando llegará otro. Es una forma de saber qué hay otras realidades y de que la familia es ese lugar en el que a uno le cuidan y le quieren, independientemente de por quién esté formado. Y es que los acogimientos crean otros tipos de lo que ha dado en llamar ‘nuevas familias’.
Así que si alguien está dispuesto a tener a una criatura en su casa durante un tiempo (en Burgos ahora hay 4 críos en espera, de entre 10 y 16 años, pero la cifra suele variar y el hecho de estar inscrito en el programa no significa que vayan a llamar de inmediato) solo tiene que ponerse en contacto con el teléfono 902106060 o acudir a la Asamblea Provincial de Cruz Roja o a la Gerencia de Servicios Sociales. Puede ser acogedor cualquier persona o núcleo familiar que, simplemente, «se sienta con ganas e ilusión de hacer un sitio en su hogar a uno o varios niños». Cualquier edad, sexo, estado civil y posición socioeconómica pueden ser adecuados para atender a sus necesidades.
* Es un articulo del Diario de Burgos que me ha llamado la atención satisfactoriamente ya que pienso que estas familias de acogida hacen una muy buena acción por estos niños que necesitan muchas cosas, pero en especial un poco de cariño*